Muchas veces vemos la búsqueda espiritual como algo distante de nuestra realidad. Nada puede ser más equivocado que esta actitud: Dios está en todo lo que nos rodea, y muchas veces nosotros solo le servimos cuando estamos ayudando a nuestro prójimo. A continuación, algunos relatos al respecto:
Los errores del pasado
Durante un viaje, Buda encontró a un yogi apoyado en una sola pierna.
“Quemo los errores de mi pasado” explicó el hombre.
“¿Y cuántos errores has quemado ya?”
“No tengo la menor idea”.
“¿Y cuántos te falta quemar?”, insistió Buda.
“No tengo la menor idea”.
“Entonces ya es hora de acabar con esto. Para de pedir perdón a Dios y vete a pedir perdón a quien heriste”.
Dando un ejemplo
Preguntaron a Dov Beer de Mezeritch:
“¿Cuál es el mejor ejemplo a seguir? ¿El de los hombres piadosos, que dedican su vida a Dios? ¿El de los hombres cultos, que procuran entender la voluntad del Altísimo?”
“El mejor ejemplo es el de los niños”, respondió.
“Los niños no saben nada. Aún no aprendieron lo que es la realidad”, fue el comentario general.
“Estáis muy equivocados, porque ellos poseen tres cualidades de las que nunca deberíamos olvidarnos”, dijo Dov Beer: “Están siempre alegres sin motivo. Están siempre ocupados. Y cuando desean algo, saben exigirlo con insistencia y determinación”.
La plegaria y los niños
Un pastor protestante, después de formar familia, no tenía ya tranquilidad para rezar. Cierta noche, al arrodillarse, fue molestado por los juegos de los niños en la sala.
“¡Manda a los niños que se estén quietos!”, gritó.
Asustada, su mujer obedeció. Desde entonces, siempre que el pastor llegaba a casa, todos permanecían silenciosos en el momento de rezar. Pero él sentía que Dios ya no le escuchaba.
Una noche, en medio de la plegaria, preguntó al Señor: “¿Qué es lo que pasa? ¡Tengo la paz necesaria y no consigo rezar!”
Y un ángel le respondió: “Él escucha palabras, pero no escucha ya las risas. Él nota la devoción, pero ya no percibe alegría”.
El pastor se incorporó y de nuevo gritó a su mujer: “¡Manda a los niños que jueguen! ¡Ellos forman parte de la oración!”
Y sus palabras volvieron a ser oídas por Dios.
Lo que dirán de ti
Cuando era joven, Abin-Alsar escuchó una conversación de su padre con un derviche.
“Cuidado con tus obras”, dijo el derviche. “Piensa en lo que las generaciones futuras dirán de ti”.
“¿Y qué?”, respondió el padre. “Cuando yo me muera, todo estará acabado y no me importa lo que dirán”.
Abin-Alsar jamás olvidó esa conversación. Durante toda su vida se esforzó para hacer el bien, ayudar a la gente y ejecutar su trabajo con entusiasmo. Se volvió un hombre conocido por su preocupación por los demás; al morir había dejado un gran número de obras mejorando el nivel de vida de su ciudad.
En su tumba mandó a grabar el siguiente epitafio:
“Una vida que termina con la muerte es una vida que no valió la pena”.
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