Forma parte de la naturaleza humana juzgar siempre a los otros con mucha severidad y cuando el viento sopla en contra de nuestros deseos encontrar siempre una disculpa por el mal que hicimos, o despotricar contra el prójimo por nuestros fallos. A continuación, algunas historias, procedentes de diversas tradiciones, sobre la manera que tiene el hombre de engañarse a sí mismo:
Riqueza en el otro mundo
Al pastor le gustaba predicar en su congregación sobre la importancia de la pobreza. Según él, el Evangelio decía que las personas ricas en este mundo serían condenadas a la miseria después de la muerte y, basado en este argumento, pedía cada vez más dinero a los fieles.
Cierto día, un miembro de su congregación le pidió para hablar con él al terminar el oficio religioso. Cuando estuvieron solos, el hombre preguntó:
- ¿Es verdad que aquel que es pobre en este mundo será rico en el Paraíso?
- Claro que sí.
- Como la Iglesia es rica y yo soy pobre, necesito diez monedas de oro. Cuando sea rico allá en el Cielo pagaré mi deuda.
Sin vacilar el pastor sacó diez monedas de oro del cofre de la sacristía. Sin embargo, antes de entregarlas, preguntó:
-¿Qué es lo que piensa hacer con este dinero?
- Voy a iniciar una empresa.
El pastor volvió a colocar las monedas en el cofre, diciendo:
-Como usted es un hombre capaz, trabajará mucho, tendrá ganancias en su empresa y terminará siendo rico. Por consiguiente, será pobre después de su muerte y no podrá pagar su deuda: así que será mejor dejar las cosas como están.
El lobo y Shiva
Un lobo caminaba por un bosque cuando se aproximó a un templo dedicado al dios Shiva. “Hace casi un día entero que estoy cazando y no he conseguido nada. ¿Será eso una señal? Quizás deba aprovechar este día para ayunar en honor a Shiva”.
Y se sentó al lado del templo a meditar.
Lo que el lobo no sabía era que Shiva lo estaba observando; para poner a prueba su sinceridad, el Dios se transformó en una oveja y apareció delante del templo.
El lobo, sintiendo el olor de la caza con que tanto soñaba salió del trance y arremetió contra su presa; pero a cada ataque suyo la oveja reaccionaba con una agilidad nunca vista. Después de casi media hora de esfuerzos, el lobo desistió, y volvió a su meditación, consolándose a sí mismo: “Soy un animal fiel: no quebré mi propósito de ayuno en honor a Shiva”.
El caballo y su destino
Cierto mensajero fue enviado en una misión urgente a una ciudad distante, por lo que ensilló su caballo y partió a todo galope. Después de ver pasar varias posadas donde siempre alimentaban a los animales, el caballo pensó:
“Ya no paramos para comer en establos, lo que significa que ya no soy tratado como un caballo sino como un ser humano. Creo que comeré como todos los hombres en la próxima ciudad grande”.
Pero las ciudades grandes pasaban, una tras otra, y su jinete continuaba el viaje. El caballo entonces comenzó a pensar: “Quizás yo no me haya transformado en un ser humano, sino en un ángel, pues los ángeles jamás necesitan comida”.
Cuando finalmente llegaron a su destino, el animal fue conducido hasta el establo, donde devoró el heno allí encontrado con un apetito voraz.
“¿Por qué creer que las cosas cambian cuando no siguen el ritmo de siempre?” se dijo a sí mismo. “No soy ni hombre ni ángel, sino un simple caballo hambriento”.
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